A las políticas públicas le interesan nuestros recuerdos

Isabel Iglesias 9 Xuño 2013

El yo que recuerda

Explica Daniel Kahneman en su Ted que la clave del error conceptual enterrado en años de estudios sobre la felicidad está en nuestros dos yos: el que experimenta y el que recuerda.

Resulta que el presente psicológico tiene unos tres segundos de duración así que al yo que tiene experiencias, que vive de forma continua, se le acumula el chollo y la mayor parte se pierden para siempre. Y esa diferencia en el tratamiento del tiempo es la clave del enigma que hace que tendamos a condicionar una buena experiencia por un mal recuerdo concreto.

Destaca también la importancia de entender esta dualidad respecto a la valoración sobre el bienestar y la felicidad en nuestras vidas y lo explica de forma sencilla:

El yo que tiene experiencias es al que el médico le pregunta: ¿te duele ahora?. Es el que vive el momento y, aunque es capaz de revivir el pasado, básicamente sólo tiene el presente.

El yo que recuerda entra en acción cuando la pregunta del médico es otra bien distinta: ¿cómo se siente últimamente? Es el que toma nota y mantiene la historia de nuestra vida

Pero esta importancia que damos a los recuerdos sobre las experiencias es vital para entender la forma en que afrontamos las decisiones sobre el futuro porque tiene mucho que ver con las comparaciones cambiantes que distorsionan nuestra percepción:

Lo impactante suele atrapar nuestra atención, porque para detenernos en lo habitual no nos llegarían varias vidas. Y en ese proceso de archivo de lo que no nos destaca, tendemos a olvidarlo porque no lo cuantificamos. Por eso, aunque la proporción de lo improbable es muy pequeña, la atención dedicada lo coloca en primera línea de nuestras decisiones.

Pero entender por qué damos tanta importancia a nuestros recuerdos en relación a la importancia que damos a las experiencias afecta también a la forma de entender las relaciones con otras personas y a las decisiones sobre la sociedad que queremos/tenemos, algo que tiene muy claro la publicidad y las instituciones que nos (des)gobiernan: la memoria de la experiencia es corta así que se potencia el lenguaje de titulares y grandilocuencias que encaja mejor en el yo que recuerda y se ampara en el imaginario de las verdades construidas.

Si bien reconforta que las aportaciones de un psicólogo se reconozcan con el Nobel de Economía, los coeficientes e indicadores siguen refiriéndose a las macro diferencias y a la lejanía de los porcentajes. Pero la economía es una realidad de interdependencia social y aunque incluso la RAE identifica el estar contento con la satisfacción y la felicidad, no es lo mismo. Pero es que no es nada fácil baremar la sonrisa:

Yo a veces estoy 3x satisfecha del trabajo realizado pero con menos 4y de libertad individual, con lo que el resultado final de mi grado de felicidad no es muy positivo

¿Y qué tiene todo esto que ver con Máscaras?

Pues como entre el elenco de actores y actrices que protagonizan la película hay cinco que tienen diferentes tipos de discapacidad intelectual, nos ha acercado a un entorno en el que todo el mundo se empeña en usar la palabra felicidad para disfrazar y no afrontar la DIVERSIDAD real. Es decir, queremos ratificarnos en esos mundos cerrados y servicios de inercia que “les” diseñamos, así que “nos” contamos cuanto cariño y felicidad “nos” transmiten.

Pero toda cara tiene su cruz, y viceversa. Escuchando la diferencia entre el yo que tiene experiencias y el yo que recuerda, hemos estado reflexionando sobre si la otra cara de la restricción de experiencias impuesta por la tiranía de la normalidad es lo que hace que saboreen a fondo cada oportunidad y cada vivencia.

Dice también Kahneman en otra interesante entrevista que a la gente le (nos) cuesta cambiar de opinión y cuando lo hacemos, “no queremos recordar cómo pensábamos antes”. Quizá el desfase que a la mayoría nos lleva al archivo rápido tras la etiqueta del último recuerdo es más escapatoria que enigma, la trampa consentida para aceptar que en lugar de vivir, nos sobrevivimos.


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12 comentarios en “A las políticas públicas le interesan nuestros recuerdos”

  • Es gracioso, pero parece que parte de lo que aquí tratas y expones parece, como siempre, más fácilmente asimilable desde la ficción que desde nuestra realidad próxima, y no estoy pensando en Máscaras: se me viene a la mente de inmediato Blade Runner (ni que decir ya el relato original de Dick, mucho más denso), en donde el eje del conflicto se encuentra en la búsqueda de un futuro que responda a unos recuerdos que no se sabe de donde vienen, si son ciertos o no (al menos en algunos casos).

    Supongo que todo esto además va a peor en un momento en que resulta increíblemente complicado encajar las diferentes rutinas y en las que el escapismo resulta directamente una necesidad. El equilibrio, digo yo, estaría incluso en asimilar que parte de la población practica este escapismo desde un sentido u otro.

    • Isabel Iglesias says:

      Abrumador el que cites Blade Runner, aunque ahora que lo dices… pues es cierto. Me pareció muy interesante la diferenciación que hace Kahneman porque a veces poner nombre a algo ayuda a comprender.

      No sé si estoy muy de acuerdo en eso de que “el escapismo resulta directamente una necesidad”. Recuerdo una frase de no sé qué película que alguien me regaló hace un montón de años: “No huyas, se tarda más en volver”. El equilibrio como sociedad sí que lo veo complicado porque la tendencia a comportarse en masa, sea para la queja o para la aceptación por omisión, es lo que maneja tan bien el poder. Parece más asequible ir trabajando en redes o comunidades más pequeñas, ¿no?

  • Manuel Calvillo says:

    Y tal vez sea importante transcender al yo que recuerda y al yo que tiene experiencias para jugar bien la partida de lo que quiera que sea la felicidad. Al final yo soy por uno y otro, pero no soy ninguno de los dos. Soy el yo que crea y tiene recuerdos y soy el yo que tiene experiencias y siente, pero yo no soy ni mis recuerdos ni mis sentimientos o mis emociones. Fusionarse con los propios recuerdos o sentimientos significa perder la perspectiva, la libertad de dirigir tu vida según tus valores, según las cosas que tienen valor para uno mismo. Yo me siento triste o me siento alegre o recuerdo sensaciones o historias pasadas, pero yo no soy ni mi alegría, ni mi tristeza, ni mis recuerdos. Nada soy sin ellos, pero no soy ellos.

    Fusionarse con unos u otros es tanto como el actor que acaba por fusionarse con el personaje que representa, y esto conlleva sus propios riesgos. Que uno de tus personajes (la pena, la felicidad, un concepto, una forma de mirar, un mal recuerdo) se acabe apoderando de todo tu escenario, de toda la película de tu vida…
    Y me pregunto, cómo va eso de los actores-personajes-actores entre el equipo de Máscaras? Cómo se irá transformando el uno al otro, los actores a los personajes y estos a aquellos?

    Por otra parte, yo creo que eso de la tiranía de la normalidad tiene pinta de ser cosa del yo que recuerda. Verdad?

    Me ha encantado este post.
    Un abrazo

    • Isabel Iglesias says:

      “no soy ni mi alegría, ni mi tristeza, ni mis recuerdos. Nada soy sin ellos, pero no soy ellos” ¡Tal cual!

      Este post me tomó varios días de reflexión porque me asaltaban conexiones por todas partes, pero me costaba ordenarlas. De hecho creo que aquí lo que hice fue poner un punto de partida para seguir avanzando. Iago tiene razón en que hay que entender ese escapismo pero yo soy más tozuda que la realidad, me niego a que haya que aceptarlo como “normal”. Pero Máscaras nos ha transformado (y sigue) con lo cual mi habitual tendencia a cuestionar a veces casi parece penitencia.

      Actores-personajes-actores… Lo decías en tu reflexión sobre la película:

      “yo creo que Máscaras es un largometraje (o mejor iagometraje) de ficción. No sabría decir si porque construye la ficción con realidades o porque, al fin y al cabo, la vida se construye también de ficciones”

      “Es como si ese fingir llevara a crear un cambio que transforma a los actores de una manera en la que ya nada es como antes, o tal vez de una manera en la que ahora sí son ellos mismos.”

      En el último pase el presidente de Aspronaga cuando cogió el micro en el coloquio lo primero que hizo fue tomar prestadas tus palabras para “advertir que esta película es un caballo de Troya que se queda dentro y va haciendo su trabajo”

      A medida que vamos encontrando piezas del puzzle revisamos el proceso pero, ¿sabes que nos ocurre? Que formamos parte y es difícil aislar la mirada cuando formas parte del proceso porque ““no soy ni mi alegría, ni mi tristeza, ni mis recuerdos. Nada soy sin ellos, pero no soy ellos”

      Ahora estamos dando un paso más que conlleva tantos riesgos como potencial, contaremos en breve. Y en una cosa coincidimos todo el equipo, en que estamos deseando poder invitarte a formar parte del proceso porque la tuya es una mirada profesional e implicada, cercana pero con perspectiva. Parece que las posibilidades se van abriendo así que cruzamos los dedos 🙂

      Muchas gracias Manuel. Un abrazo.

      • Manuel Calvillo says:

        Podría ser que entre esas rutinas que dice Iago esté más que instalado el escapismo al que él mismo hace referencia. Y pudiera ser que ese escapismo esté en la base de muchos de los trastornos psicológicos (mejor del vivir¿?) que durante éstas últimas décadas están rompiendo estadísticas en occidente. Desde la teoría del marco relacional le llaman a este escapismo “evitación experiencial”.
        Esto nos engancha de nuevo con las palabras de Kahneman, es como si el yo que tiene experiencia estuviera dirigido por el yo que recuerda, como si viviera para él. La imagen que evoca el ejemplo de Blade Runner que comenta Iago me parece muy buena y daría de sí para no pocas conexiones desde la psicología clínica. En ese sentido la estrategia de “mejora” pasaría más por el “”No huyas, se tarda más en volver” “ –me encanta- que por transformarse en un maestro del escapismo (de uno mismo de las propias experiencias-emociones)

        Perdonad que traiga el ascua a mi sardina, y me lie con estas cosas, debe ser mi yo que recuerda que me hace mirar así las cosas 😉

        Por lo demás, muchas gracias, encantado de sentirme parte de y también cruzo los dedos.

        Un abrazo

        • Isabel Iglesias says:

          Y no sabes cómo te lo agradecemos. Este post es el resultado de bastante reflexión, pero tengo la sensación de que apenas he podido empezar poner un poco de orden entre la teoría y la experiencia, esta experiencia que nos ha ido transformando en ese estilo caballo de Troya que tú dices.

          Estos días me encontré también este artículo y lo he dejado en la recámara porque me surgen contradicciones que tienen mucho que ver con lo que dices aquí “el yo que tiene experiencias dirigido por el yo que recuerda”. Desde que incorporé el concepto de teorías/luz todavía tengo más fobia a los “estudios” que van de definitivos, sobre todo si lo que explican está argumentado de una forma tan ambigua en lugar de tomarse como punto de partida para nuevas preguntas.

          Un abrazo Manuel 🙂

  • Igual lo terrible del caso es que el yo que recuerda en realidad lo pueda hacer sin reflexión (qué demonios, incluso lo hace con idealización, cuando no se miente a sí mismo), y negar en efecto al yo que experimenta. Todo por un afán de supervivencia? Es la supervivencia algo necesariamente basado en la mentira? Igual sólo en la verdad aplazada. Al final, en efecto, todos estos recuerdos se borrarán como lágrimas…

    …esto… debo dejar de mencionar ese diálogo de blade runner… sin duda mi yo que recuerda lo ha idealizado. Que la vi de jovencito y en su día no entendí nada, demonios!

    • Isabel Iglesias says:

      Lo de “verdad aplazada” me parece muy interesante si se usa con honestidad. A veces faltan piezas del puzzle y hay que tender puentes temporales para no paralizarse. ¿También ocurre en los avances científicos, verdad? Algo que parecía imposible se puede traer de nuevo a primera línea con un descubrimiento que le afecta en un punto del proceso.

      De todas formas, sin ánimo de teorizar, creo que mantener el cóctel alguna dosis de olvido es saludable porque como decía aquella frase maravillosa que me quedé a modo de mantra: “Para hacer cosas nuevas, hay que ver cosas nuevas” (y viceversa).

      En lo de Blade runner casi coincido contigo, no fue un enamoramiento instantáneo como en el caso de Iago, claro que yo en lo del cine no estoy a vuestra altura 😉

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