Javier Tamarit: “Al principio está la relación”

Isabel Iglesias 5 Outubro 2012

Escuché a Javier Tamarit por primera vez a principios de los noventa, cuando el lenguaje de lo social era todavía escaso, y bastante torpe. Entonces, hablar de minus-valía ya parecía un avance así que cuando explicó la (dis)capacidad como algo que “no se es sino que se tiene”, intuí que estaba hablando del conjunto de la sociedad, de la “normalidad“.

Pero aunque las cosas avanzan con exasperante lentitud, tal vez el misterio de su vitalidad y su capacidad para transmitir está en la eterna sonrisa con la que nos recuerda que hay que evitar el plural para hablar de la persona. Porque todos tenemos nombre.

Tantos siglos de Historia, desde Aristóteles con sus personas incompletas (con minus valor), sólo se pueden superar con palancas de cambio para centrarnos en lo importante: la persona, no la discapacidad. La clave está en los conceptos de diversidad y ciudadanía. En asumir el reto que supone sumarnos a un código ético para una educación sin exclusiones.

A principios de 2011, cuando estábamos inmersos en la grabación de Máscaras, un artículo publicado en El País, Una de vaqueros, se colocó en primera línea de nuestras alertas: creíamos estar haciéndolo bien, pero todo eran dudas. Por eso, tanto el feedback de su vivencia de la experiencia como esta reflexión que compartimos, son un importante aliciente para continuar.

Al principio está la relación”, escribía Martín Buber hace casi un siglo. El mismo autor que escribió “El individuo es un hecho de la existencia en la medida en que se edifica con vivas unidades de relación. El hecho fundamental de la existencia humana es el hombre con el hombre.”

No hay construcción humana en soledad, un recién nacido puede venir a este mundo con una dotación genética que le posibilita la genialidad, pero no será nada si no es con la colaboración de otros seres humanos que le acompañen, colaboren, le quieran, le consideren y crean en sus posibilidades. No es posible construir desarrollo humano meramente rodeado de máquinas, por muy aparentemente ‘inteligentes’ que éstas nos parezcan.

Si observamos a una persona desde la distancia (no física, sino mental y social), la conformamos desde ese instante como un objeto de estudio, retiramos la persona –el sujeto–, y nos ensimismamos con ella como un objeto. Esto puede darse en una relación en la que verdaderamente no existe relación sino observación: por ejemplo, en aquellas relaciones en las que una persona ostenta el poder sobre otra y esto le distancia de la consideración de estar frente a un igual (el Yo y Tú que escribía Buber).

No sólo la inteligencia se construye en interacción con el otro: también los retos, los proyectos, los anhelos de nuestra vida se tejen en la relación con personas que se hacen relevantes para la existencia, que son significativas porque nos merece la pena pasar tiempo con ellas, disfrutar con ellas, construir sueños con ellas, afrontar retos, superar dificultades, sentirnos parte de su existencia, vivir en definitiva una vida plena en comunidad.

Todo esto viene a la mente viendo ‘Máscaras’, la narración compartida de un grupo de personas en plenitud vital, seres iguales que pelean por llevar un proyecto común adelante. Fluye, ondeando suave; danza, chisporrotea en numerosas ocasiones en rostros y emociones de absoluta verdad expresiva. Se palpa la ilusión, la duda, la experiencia del fracaso y el orgullo del logro. Te atrapa esa vida en plenitud de los protagonistas, que son todos aunque aparezcan un sólo segundo.

La película atrapa al espectador y le obliga a recorrer un camino que comienza en el estereotipo: “bueno, va de personas con discapacidad, de personas diferentes y otras personas normales que tratan de que sean como el resto”. El autobús que lleva a las primeras a su asociación así parece indicarlo. Sin embargo, poco a poco, la magia del cine comienza a desempañar una nueva realidad: sigue existiendo la diferencia, pero ésta comienza a revelarse como la verdadera riqueza de esa experiencia compartida por el grupo en su intento por realizar un cortometraje. Al mismo tiempo –al igual que en las aventuras clásicas–, el objetivo final comienza a pasar a un segundo plano, y emerge la propia vivencia compartida como el verdadero tesoro alcanzado. Un tesoro que los protagonistas comparten generosamente con el espectador.

Y acaba la película y te encuentras serenamente extraño ante tu realidad, como si te sintieras aún en el seno de la historia en la que, aparentemente siendo tú el espectador, te supieras participante y, en definitiva, notaras que aquello te va a originar una reflexión larga y profunda. Una belleza de cine, una belleza de obra, una belleza. Sin más.

Ver www.proyectomascaras.com

Artículo realizado en colaboración con Fermín Nuñez (Responsable de Comunicación de FEAPS)


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